Reminiscencias indelebles de un abuso
¿Puedo?, ¿Me lo permites? o ¿Quieres?, son tal vez los interrogantes que menos llegan a oídos de las mujeres. Sus deseos siempre son dados por sentados, pero sus palabras pocas veces son atendidas. Los “NO” que vociferan con fuerza son relegados a la omisión, y ahí se quedan. Carla Ortiz, estudiante de Ingeniería Informática de la Autónoma de Occidente y de 18 años , es otra de las miles de mujeres, que en Cali, sus “NO QUIERO” fueron sólo un adorno.
Escrita por: Isabella Jimenez Hernandez
*Testimonio de una estudiante de la Universidad Autónoma de Occidente a quien se le ha modificado el nombre, buscando proteger su identidad*
Se acercaban las 6 y 30 p.m. La universidad comenzaba a desolarse de a poco, mientras sus instalaciones y el cielo oscurecían. Los estudiantes que aún aguardaban dentro de los salones de clase esperaban la frase definitiva de sus maestros para, finalmente, dar por terminada la jornada. Lo mismo esperaba Carla. Estaba atrapada en su clase de formación ciudadana, su última materia del miércoles.
Fuera de su salón, permanecía de pie un chico alto, delgado y de camiseta negra, con el que se encontraría después de clase. A Carla le atraía, pero no lo conocía hace mucho. Sólo llevaba un mes interactuando con él, y su interés era especialmente físico. Sin embargo, él parecía ir muy rápido. De acuerdo con Carla, sus afanes sexuales eran descomunales, y sus insinuaciones, mucho más comunes de lo normal. Pese a esto, ella siempre mantuvo su postura. Desde que empezó a conocerlo tuvo muy claro que no quería algo más íntimo, y por supuesto, se lo hizo saber; él lo sabía.
En cuanto Carla dio un paso afuera del salón, se encontró con aquel chico de 22 años que también estudiaba en la Autónoma. Su invitación fue a un salón de la Universidad, en el que, según él, pudieran conversar mejor un rato. Sin embargo, para Carla esta propuesta no sonaba totalmente convincente. Se imaginaba que habrían unos cuantos besos de por medio, pero tenía lo suficientemente claro que no pasaría nada más. Mientras buscaban un salón al cual adentrarse, ella hacía todo lo contrario. Sus palabras ante el chico siempre eran un falso “Está ocupado”, buscando evadir el encuentro. Pero, él lo logró. Encontró por fin un aula desocupada: el salón 05 del segundo piso en el edificio 4 de la Universidad. El chico parecía haber ganado.
El salón era amplio. A diferencia de los demás, este tenía mesas dobles blancas, perfectamente enfiladas. El silencio de la soledad de la universidad los acompañaba, al igual que la única luz existente del lugar, la del video beam. Pasaron solo unos cuantos segundos, y sin mediar palabra, ambos empezaron a besarse. Se situaron al final del salón, en una esquina. Exactamente, Carla se hallaba recostada a la pared, y su acompañante en frente suyo. Por el momento todo era normal y consensuado, pero esto cambió de golpe.
De repente, Carla comenzó a sentir las manos apresuradas del chico. Sus dedos se movían rápidamente intentando arrancarle el jean y la blusa que portaba, a pesar de que ella le había especificado decenas de veces que no deseaba llegar a más. Las palabras de Carla salieron de su boca con fuerza y determinación. Llena de incomodidad y desesperación, evocó cientos de veces “No”, “No quiero”, “Suéltame”, pero fue inútil. Sus expresiones que no representaban otra cosa que, “No deseo que me toques o me quites la ropa” parecieran significar lo contrario para el chico. Él continuó; nada podía detenerlo, ni siquiera los estrepitosos movimientos de Carla con los que buscaba zafarse.
Incluso, ante la imposibilidad de arrancarle la ropa, el chico no paró. Se dedicó a pasar toda su lengua por el pecho de Carla, mientras ella sentía que el asco la consumía. Aunque sus palabras seguían repitiendo un rotundo “No más”, nada de esto fue importante para el chico, jamás se detuvo. Ella aún recuerda con exactitud lo repugnante que fue sentir la presencia de la lengua del chico dentro de su oído. En palabras de Carla, “Jamás olvidaré esa sensación”.
Ante la negativa del chico, que parecía estar ensimismado en sus deseos y fantasías, Carla tuvo que golpearlo para sacar sus morbosos labios de su cuerpo. Por medio de un empujón, logró correrlo unos cuantos centímetros de ella, y por fin, dejó de sentir sus lacerantes manos sobre sí. El golpe exasperado de Carla pareció despertar al chico de su cegada voluntad. Por un momento, parecía tener cordura. Después de estar minutos violentando el cuerpo y los deseos de Carla a su antojo, le preguntó “¿Por qué no”. Cínicamente, se preguntaba por qué ella no quería que le quitara la ropa y la besara sin su consentimiento.
Por fin había parado. Carla pensó que todo había quedado allí y que su abuso no continuaría, pero se equivocó. En cuanto ella intentó salir de sus brazos, él la arrinconó con fuerza hacia la pared, y sin ningún tipo de reparo, desabrochó su pantalón apretado, bajó sus calzoncillos y sacó su falo del lugar donde debía estar. “Quedé como acorralada”, dijo Carla, recordando el momento, y explicando el recuerdo que la acompañará durante toda su vida.
Sin poder Carla siquiera comprender lo que había pasado, el chico puso sus manos en su falo y empezó a repetir un movimiento de arriba hacia abajo; se estaba masturbando. Carla quedó inmovil, su mente se quedó en blanco y la conmoción se apoderó completamente de ella. Aún no podía asimilar que aquel chico, al que siempre le dijo que “No”, estuviera rozando el miembro con su jean. Nunca se lo hubiera imaginado. En sus palabras, es lo más cínico y sádico que ha visto. En este momento, por su cabeza sólo merodeaban los peores escenarios posibles: tenía miedo de que la golpeara, que eyaculara en su jean o que la obligara a sacarse la ropa por ella misma. Todo esto se resumió en tímidos, pero profundos sollozos con los que Carla dejaba salir su impotencia y desesperación, y a los que claramente, el chico no atendió.
El cuerpo de Carla se encontraba totalmente en shock; ni siquiera era capaz de reaccionar a aquella violación a la que estaba siendo sometida por aquel joven, 5 años mayor que ella. Sin embargo, algo en ella despertó. Por fin, su mente logró asimilar lo que desde hace minutos estaba pasando. De inmediato, una excusa salió de su boca. “Le dije que tenía que irme, que una amiga me estaba esperando”. Así que, sin esperar una respuesta, empujó al chico y por primera vez, se deshizo de las manos que la habían sometido hasta ahora.
En cuanto tomaba su maletín para desaparecer de allí, Carla escuchó con una voz burlona y cargada de cinismo, la expresión más extraña e inolvidable que nunca había escuchado. Con las manos repletas de líquido preseminal, su agresor le afirmó que estaba a punto de eyacular, y como en forma de insinuación y reclamo, le preguntó “¿Con qué me limpio?”. Carla, no podía entender nada. La mueca jocosa plasmada en la cara del chico parecía la respuesta al chiste más gracioso, como si todo esto para él significara una simple broma.
Carla, perpleja y turbada, salió del salón sin más. Sus pies se dirigeron apresurados hacia el baño, al que se adentró fragmentada, en pedazos. Ahora, ella hacía parte de ese 50% de las mujeres que, en Cali, habían sido víctimas de algún tipo de violencia de género. Su pecho se sentía pegajoso, allí habían quedado grabadas las marcas impúdicas de su abusador. En el baño, Carla se situó justo en frente del lavamanos. Casi queriendo abandonar su cuerpo y esa sensación de suciedad que la invadía, comenzó a lavarse. Llenó de agua su pecho, sus brazos, su boca y toda su cara, queriendo borrar cualquier rastro de los morbosos besos que a la fuerza, recibió. “Me sentía sucia”, dijo.
Cuando salió del baño, empapaba, ahí estaba él. Sostenía una sonrisa y una actitud hipócrita. Para él todo estaba bien. “Él no se imaginaba el daño que me había hecho”. Carla bajó las escaleras en compañía de su agresor, aún sin ser mínimamente consciente de lo que había pasado. Al llegar a la salida del aulas, la despedida de su abusador fue un grotesco “Si no me vine contigo, me vendré con otra“, aireado por su profundo egocentrismo que le hacía pensarse irresistible, como si dentro de él no aguardara el más “inhumano” instinto.
Mientras Carla caminaba hacia la cafetería en busca de sus amigos, su mente sólo intentaba darle un sentido lógico a todo. En su mente merodean miles de pensamientos, todavía inconclusos. Ni el cuerpo, ni la mente de Carla terminaban por asimilar que había sido abusada.
En cuanto estuvo con sus amigos, Carla expulsó de sí, las palabras que tanto le pesaban. Sin embargo, el abuso nunca fue llamado así. Para quienes escucharon a Carla, y para ella, eso no había sido más que una “mala pasada sexual”, como si un “No quiero” fuera motivo de confusión o poco entendimiento; o cómo si sentirse asqueada y atemorizada fuera una simple experiencia más. Todos tuvieron la misma actitud. Su madre no la apoyó, sus amigos no le dieron mayor importancia, y Carla, nunca recibió de alguien una preocupación sincera. “Nunca me preguntaron cómo me sentía, nunca un ¿Cómo estás?, o ¿Estás bien?”.
A Carla la hicieron sentir exagerada, que no era para tanto, y que lo que vivió, no fue un abuso. Pero esto no es nada extraño. En una sociedad rodeada por el desconocimiento y el patriarcado al mando, el abuso sexual sólo significa penetración. Ni a Carla, ni a muchas de las millones de mujeres abusadas en el mundo les explicaron que el abuso empieza cuando se dice “No” y el agresor continúa. Nadie les dijo que su consentimiento era lo importante. Por el contrario, a las niñas, jóvenes y adultas siempre se les culpa, se les juzga y se les acusa; siempre se les cuestiona. En palabras de Carla, ella había sido la abusada, y ni lo sabía.
Durante semanas, Carla vivió con fuerza las huellas de aquel miércoles de agosto. Muy dentro suyo sentía latir la rabia y el odio, que poco a poco consumían su vida. “Me sentía triste y ofuscada porque nadie me escuchó”. Carla sentía rabia con todo lo existente, nadie lograba siquiera entenderla. Sus actitudes comenzaron a ser groseras y plagadas de rencor. Así que, terminó por alejarse. Sus duchas cada mañana le presentaban ante sus ojos lo vivido. De nuevo, aquel salón llegaba a su mente, y con ello, sus manos se aceleraban a restregar su cuerpo con más fuerza, en un intento fallido por quitar la suciedad que sentía desde que su cuerpo fue quebrantado. Esa era su rutina: sentirse sucia, sentir culpabilidad y no hacer más que llorar.
A Carla le tomó dos semanas reconocer que había sido abusada. De hecho, no pudo hacerlo sola. Su terapeuta fue quien logró descubrir sus ojos, y poner ante ella el verdadero nombre de aquel chico: abusador. La terapia fue el primer lugar donde se sintió segura, en donde recibió apoyo y en donde pudo expresarse sin ser juzgada. Por primera vez, soltó todo aquello que retenía dentro de sí. Para Carla, su proceso de duelo, rabia y resentimiento no fue sencillo; lo vivió desde agosto del año pasado hasta hace poco menos de dos meses. Pese a esto, nunca decidió denunciar a su agresor. Se dispuso a callar, aunque su deseo fuera todo lo contrario. “Muchas veces he querido denunciar, pero estoy sola, me siento sola”. Ni su madre, ni sus amigos, y mucho menos la Universidad, le fueron una red de apoyo. Carla, como muchas mujeres, tuvo que afrontar su abuso sola. Afrontar el caminado tranquilo de su agresor por los pasillos de la universidad y su sonrisa calmada, como si sus demonios interiores no lo atormentaran por lo que era.
“Me hubiera gustado que mi mamá me hubiera apoyado, me hubiera acompañado a la universidad y a la Fiscalía a denunciar. Me hubiera gustado que mi mamá hubiera estado para mí. Me hubiera gustado que mis amigos se hubieran alejado de mi agresor, después de la forma como me dañó. Me hubiera gustado que me hubieran preguntado cómo estaba o cómo me sentía. Me hubiera gustado que no me hubieran llamado exagerada. Me hubiera gustado que mi abuso no hubiera sido tomado como un chiste”. Los “Me hubiera gustado” recitados por Carla, son los mismos “Me hubiera gustado” de todas las mujeres a las que su voz no ha sido escuchada, y mucho menos considerada; estos “Me hubiera gustado” representan a todas esas mujeres, como Carla, que cargan con un abuso sexual y que saben lo que significa pronunciar “Un abuso no se supera, y nunca se olvida”.
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