Lo que el abuso me arrebató

 

Cuando somos pequeños le temos a los monstruos que se ocultan en la oscuridad, bajo la cama, dentro del armario y hasta en las esquinas de nuestras habitaciones. Los adultos se convierten en nuestro refugio, son como esa luz que ilumina esos rincones y nos protegen de la maldad creada por nuestros pequeños cerebritos, pero nunca pensamos que en un futuro van a ser ellos a quienes les vamos a huir, quienes más daño van a causar y quienes más traumas nos van a dejar. Como le pasó a Tatiana, una chica de 14 años que le gustaba confiar en las personas, empática y en proceso de crecer, aprender de la vida.

Escrita por: Isabella Lopez Lopez

*Testimonio de una estudiante de la Universidad Autónoma de Occidente a quien se le ha modificado el nombre, buscando proteger su identidad*


Tatiana tenía un hermano, con quien estudiaba en el mismo colegio, Andrés, de 8 años. Sus padres, cansados de ver el bullying que recibía su hijo menor en el transporte con el que tenía convenio el colegio, decidieron comenzar a pagar a un hombre que prestaba los mismos servicios, pero en su propio auto. Este hombre llamado Manuel tenía aproximadamente entre 40 y 45 años, era alto y tenía una barba corta. Los primeros meses en los que estuvieron siendo transportados por él fueron tranquilos, siempre se mostró como un caballero, alguien respetuoso. Además, era bastante detallista con todos, traía helado y a veces otros dulces, por lo que fácilmente se ganó el corazón de los dos. Sus papás, al verlos tan felices, tampoco dudaron en seguirlo llamando para llevar y recoger a sus hijos.


Tatiana estaba muy ocupada estudiando para terminar noveno, tanto como para no notar el hecho de que Manuel le regalaba cosas mejores que a su hermano. Hasta que este comportamiento se volvió más evidente con acciones como el contacto físico. Comenzó con un saludo de beso en la mejilla y continuó con cosas como tocar su mentón, miradas directas a los ojos por periodos largos de tiempo y cuando Tatiana tenía mucha prisa él le gritaba y decía “pero despídete bien” que tenía un agarrón de cintura incluido. Todo esto llegaba a incomodar a Tatiana, pero jamás hizo nada al respecto porque pensó que no era nada malo y no quería ser grosera. Ella era una persona callada y para ella siempre fue complicado decir que no.


Un día, Andrés, el hermano de Tatiana, había dejado unos materiales en el colegio y se dió cuenta cuando llegó a la casa por lo que llamaron a Manuel para confirmar que no se hubieran quedado dentro del auto. Manuel dijo que tenía la disponibilidad para ir hasta el colegio y traer a casa los materiales del niño. Cuando llegó con los objetos olvidados le pidieron el favor a Tatianade que los recibiera, ya que su hermano estaba dormido. Ella bajó con un poco de nervios, como con cierto presentimiento o inseguridad por la presencia de aquel individuo. Cuando abrió la puerta del auto para sacar la maleta que contenía los materiales, el hombre la tomó de la mano y le dijo que se quedara para comer un helado que él había traído. A esto, ella le dijo “es que no me puedo demorar, tengo tareas y está tarde” Manuel le contestó “sabes que yo no puedo comer azúcar y me va a tocar botarlo. No dejes que se desperdicie, además lo traje de tu sabor favorito” . Tatiana no supo cómo decirle que no. Ya sentada comiendo su helado, se acercó a ella y le limpió con el dedo sus labios porque tenían un poco de helado. Seguido a eso, puso su mano en su pierna y con la otra mano agarró su cara para besarla a la fuerza. Tatiana se paralizó, no sabía qué hacer, sintió tanto miedo que no era capaz de pensar, hasta que él pasó su mano por su abdomen y la metió dentro de su ropa interior. Tatiana comenzó a sentir que se le caía el mundo, tenía la sensación de querer morir en ese momento, hasta que su cuerpo encontró el momento perfecto para reaccionar de forma distinta, empujar a quien se convirtió en su agresor y salir corriendo para su casa.


El trayecto hacía su hogar se le hizo eterno, aunque su apartamento estaba solo cuatro pisos arriba. Mientras subía en el ascensor solo podía pensar en que le picaba mucho su boca, por la barba de aquel hombre, también sentía su mano dentro de su ropa interior, se sentía pesada. Cuando entró a su casa pasó corriendo para llegar al baño y encerrarse, de esa forma nadie tendría que verla a los ojos, porque eso la derrumbaría. Se sentía tan sucia que lo primero que hizo después fue lavarse la boca mientras lloraba. Quedó marcada en su ser y también físicamente. Durante 3 días tuvo una alergia cerca de sus labios por el roce de la barba de su abusador, que la hacía sentir asco de sí misma y hasta culpable. Ese hombre que le triplicaba  la edad le quitó lo más lindo que tenía, su sonrisa, y la dejó muda 5 años. Y pensar que lo contrataron para que pudiera llegar segura.


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